LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Descripción

La historia de la Encamisá, es la historia de un beso desde el alma, la historia de un ¡viva! a María, embeleso de un amor y de una lágrima furtiva, acompañada de una tradición que confluye extasiada ante su Estandarte tremolado sobre las almas en una noche caldeada de entusiasmo, fe a borbotones, olvidos de discordias, contemplando a la Amada.

Su descripción física, sensible, sería como la de otra procesión cualquiera, comenzando en la Iglesia Parroquial con el famoso “procedamos en paz”. Luego, un recorrido por las calles y, finalmente, la acción de gracias al terminar.

Pero esta procesión es especial. Esa “paz”, hoy tan necesaria, se hace carne y sangre en los labios, sentimiento que desgarra y, la entrega del estandarte al Mayordomo que lo presentará a los amantes enfervorizados de María en su recorrido, es un “gracias  amor mío por verte”, un  “te quiero con locura”, un “vuelve a mí sin tardanza”.

A las 10 en punto de cada noche del 7 de Diciembre, cuando aparece, portado el Estandarte de la Inmaculada por un Paladín que lo ha recibido dentro de la iglesia de manos del  Párroco que se lo confía, es como la aparición de Dios mismo en su Madre. Es el Espíritu Santo que inflama, que rompe y arrambla con todo formalismo para expresar un  sentimiento arrebatado de amor, Tiros, pólvora, humo,  cortina,  que, más que ocultar, descubre otra experiencia vital, casi mística, balbuceo sin palabras para describirlo, recuerdo de aquel velo  del que hablan los místicos al llegar a tan estrecha  unión con Dios que sólo él separa  al Creador  de la criatura, mientras vive ésta en  el  mundo. Vivas que se agolpan,  que no pasan de la garganta porque es aún de carne. Y son las salvas de los más de 300 escopeteros, como un  himno venido de otro mundo, una armonía que solo el “Dios músico”, del que habla Plutarco, puede proporcionar el estampido por infarto del mismo Cielo. Brazos que se alzan, manos que de la boca se disparan hacia la imagen de María portando hálitos osculados, recios, llenos de vida y amor. Lo más fácil en aquel momento es llorar de alegría, de entusiasmo, de amor, el más puro que se tuvo en todo el año, el que se tendrá siempre con ella  cuando nos acoja para la eternidad.

Comienza el río humano a serpentear calles. Todo Torrejoncillo es cátedra teológica, cada balcón un púlpito improvisado, cada acecho al estandarte, en cada esquina, en cada plazoleta, es asalto frustrado a  una fortaleza divina, un querer abrazar sin poder, un querer besar haciéndose huidiza la ocasión por la distancia. Los caballos te lo impiden, los faroles que alumbran, marcan el camino triunfal de una Reina. Los jinetes que le acompañan ensabanados, pureza angelical, interior, de alma que sube a su cúspide y se deja mimar por el Amor. Todos invitan a lo mismo, a embriagarse de amor a Maria a desear transverberar nuestro corazón, cambiarlo afectivamente por el de ella.

Lejos queda ya la otra historia, la de los libros, la de los orígenes que desembocaron en esta noche. La de aquella batalla de Pavía, (s. XVI), cautiverio regio tras de ella, regreso a París de su Rey y el de nuestros paisanos a su pueblo. Ni San Máximo (s.VI), ni San Atanasio, (+500), ni San Damián, (+710), ni San Armentario (+730), ni San Pedro (+738), Obispos todos ellos que fueron  de Pavía, ensamblados con aquellos amores por la Madre de Dios, ni las vírgenes Santa Honorata (+500) y Santa Epifania, del s. VIII que vivieron y murieron en Pavía, ninguno de estos santos se atrevería a interpretar mal tanto fervor y tan paladinamente demostrado. Y mucho menos y más recientemente, el ya Beato Pontífice Pío IX que un día 8 de Diciembre del año 1854 sancionó solemnemente la doctrina inmaculista  con la Bula Ineffabilis Deus, declarándolo como Dogma de fe. Este pontífice tan santo y tan denostado  por los enemigos de la Iglesia, supo poner en este documento los fervores de su corazón que resumían la creencia secular del Misterio:

Inmaculada y absolutamente Inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha, criatura dotada de perfecta y absoluta integridad, santa y sin el menor vestigio de pecado, toda pura, completamente intacta, tipo y modelo de la pureza y de la inocencia, más hermosa que la hermosura, más graciosa que la gracia, más santa que la santidad, purísima de alma y cuerpo, muy superior a todo integridad y virginidad, la única que llegó a ser toda entera habitáculo de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, a excepción de sólo Dios, es superior a todo, más hermosa, más bella y más santa que los Querubines, que los Serafines y que todos los coros angélicos. Aquélla a quien no bastan para celebrar las lenguas de la tierra ni las del cielo....siempre Inmaculada"..etc.

Los torrejoncillanos por lo menos, cada año, lo intentan poniendo sus lenguas al servicio de la alabanza ardiente, desde la humildad de una pretensión sostenida por la fe.  La Encamisá no rememora aquel camino de piedras desde Pavía  a Milán  donde murió la Beata Verónica de Milán, sino otro más íntimo y personal, donde cada cual muere un poco cada día y deja a su paso, los seres más queridos. Porque en esta noche el recuerdo es el farol que más alumbra junto al del protagonismo indiscutible de la Madre de Dios.

Mientras el estandarte se pasea por todo el pueblo, enarbolado, vitoreado, las almas de los torrejoncillanos le siguen ya inquietas. Pasan como dos horas. La llegada a la plaza es esperada y ansiada como la salida del templo parroquial . Y ¡ay Dios! cuando llega, cuando se desprende de las manos del portaestandarte, cuando sube las gradas del atrio vuelta su imagen hacia sus hijos, de espaldas a la iglesia,  cuando nos mira con ternura, cuando el adiós en más doloroso, ¡Que momentos de desgarro, de adioses hasta otro año!, ¡Adiós  amada mía, cariño mío,  Madre mía, te amo, te deseo, no nos abandones!...¡Viva María Santísima! ¡Viva la Purísima Concepción!. ¡Viva la Patrona de Torrejoncillo!. El humo de las salvas y las lágrimas, son muro,  infranqueable,  reja de claustro en soledad, oración de otra manera.

El estandarte desaparece y aún dentro del templo se le vitorea, se le canta, se acaba uno de vaciar.

Hay que poner remedio, hay que alegrarse un poco, Un vaso de vino puede ser la solución y un coquillo, tan rico, de lágrimas enmieladas, puede que nos inspire agradecimiento a tan humildes criaturas de Dios que de alguna forma contribuyen cada año a que La Encamisá sea más entrañable y cercana a todos.

Entrega de faroles,

coquillo a la boca,

con vaso de vino,

alegría no poca.

María honrada,

apretujada,

estandarte herido                    

por quien ha ido

a derretirlo

con la mirada.

 

 

Y al día siguiente, 8 de Diciembre, por la tarde, procesión con la imagen de la Patrona. Segunda oportunidad. El pueblo está ya sosegado, rumiando las emociones de la noche anterior. Pero en la despedida, otra vez el delirio, la aclamación, el adiós a la Madre, lágrimas, templo que se viene abajo... Lo mejor, verlo, participar  y sentirlo.

Por Ángel Gómez Sánchez