D. ÁNGEL GÓMEZ SÁNCHEZ

AÑO 1992

“PREGÓN DE LA ENCAMISÁ

EN HONOR DE MARÍA INMACULADA,

PATRONA DE TORREJONCILLO.

5 DE DICIEMBRE DE 1992. 

            Reverendo Sr. Cura Párroco, Reverendo Padre predicador el Novenario en honor de la Inmaculada, Sr. Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Torrejoncillo, Fervoroso Portaestandarte, Directivos y Miembros de los Paladines de la Encamisá.. paisanos y amigos.

             Es para mí un gran honor compartir esta noche, con todos ustedes, en calidad de Pregonero de estas fiestas marianas, anualmente celebradas, y, durante todos los días del año esperadas.

             Es particularmente significativo para mí, el poder, tras muchos años de ausencia física, que no espiritual y sentida, usar de la palabra ante personas, las más comprensivas y cariñosas que conozco.

             Ocasión ésta, cual encuentros de antaño, que, lejos de ser fruto de mérito alguno particular, siempre los consideré, como ahora lo considero, una gracia especial más de María, Madre común de todos, bajo cuyo parentesco espiritual me encuentro con l caritativa disponibilidad de escucharme, por parte de los aquí presentes y, con el atrevimiento, por mi parte, de intentar, si cabe sacar agua refrescante del inagotable pozo, sin fondo: María Inmaculada.

             Gracias a todos, por esta oportunidad inapreciable que se me brinda, particularmente a la Junta Directiva de los Paladines, que, en un mismo sentir, junto a su Presidente, acordaron mi participación en esta, para mí, casi.. casi.. segunda experiencia oral.

             Para tranquilidad de conciencias y espíritus, tal vez pusilánimes, he de decirles que nuestro querido Obispo, quien llama “entrañable” a esta fiesta, veló una vez más por el bien espiritual de Torrejoncillo, recomendándome hiciera mucho bien con mi Pregón, cosa ésta que no está ten en mi mano si fuera por el convencimiento compartido de que todos los que nos reunimos esta noche, participamos en una misma fe y amor a María Inmaculada.

             Presididos, pues, por María Inmaculada,  hacia quien se dirigen todas nuestras miradas, temo que casi nada pudiéramos darnos cuenta del matiz o enfoque del Pregón de este año, absortos, como estamos, ante su belleza virginal.

             Ella, a su vez, con esa su mirado humilde y pura, nos invita a que miremos a nuestro alrededor, para desde él, si es posible, elevarnos hacia Dios, transportados por el resplandor de su grandeza que vemos reflejada en todo lo creado. Pero, es en Ella, María, donde encontramos, no por casualidad, el modo más certero y eficaz para trascender así, de entre las cosas y nosotros mismos, hasta la consideración de hijos adoptivos de Él.

             Pro, hasta llegar a es sublime consideración, de hijos adoptivos de Dios, don por excelencia venido por las manos inmaculadas de quien es Medianera Universal de toda gracia, el hombre se ve impedido por sí mismo, desde su pequeñez y, por aquello que, no siendo él mismo, se le acerca como circunstancia existencial del mundo en que vive o a modo de tentación suscitada por quien fue vencido tres veces por Cristo en el desierto o estripada su cabeza por quien no tuvo mancha alguna de pecado.

             Por eso, ante la dramática concepción de nuestra vida, definida esquemática pero elocuentemente por San Buenaventura  como tan solo “un paso entr1e el inicio y la conclusión”, surgieron repetidas preguntas en la Historia sobre qué es el hombre y qué cuanto le rodea.

             Fácil nos sería a los aquí reunidos esta noche, hacer propias las razones de tantos teólogos citados a través de los Pregones de La Encamisó, vertidas por quienes me antecedieron y expuestas con la  profundidad que da el conocimiento; las citas históricas e incluso la procedencia de la palabra Encamisá”; las experiencias íntimas que se expresaron con la frescura de elocuencia sentida y juvenil, la poesía en las venas y el viva en los labios: Fácil, por dramático, el recuerdo de quienes también ahora, desde el Cielo, junto a esa Madre, hacen de su propia vida el canto eterno del que habla la Teología del Bienaventurado.

             Pero no tenemos que recorrer mucho camino los torrejoncillanos para llegar a la comprensión de la Historia, la nuestra, cuando, abiertas las puertas de la Iglesia Parroquial ante nuestros ojos y, visitadas las ermitas de nuestro pueblo, podemos contemplar las imágenes, hechas parte de nuestro corazón, de Apóstoles como San Pablo, San Juan y San Pedro; Teólogos  como Santo Tomás de Aquino y San Antonio de Padua; Fundadores como San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán; Obispos como San Saturnino y San Ramón Nonato;  Mártires  como San Crispín y San Sebastián. Y allí, en la parte superior del retablo parroquial, abrazado a la Cruz en aspa, el Apóstol San Andrés, llamando junto a sí a otros muchos, expresión de la devoción y amor de un pueblo.

             Un sobrino carnal de nuestra Pura, San Juan Bautista, se “enfadaría” si no lo citáramos también, que, aunque ostenta la categoría de Mártir y Profeta, no tiene la suerte de una antigua Santa Rosa de Lima, una desaparecida Santa Filomena y un “peregrino” San Albín que viven en nuestras propias casas. Ellos, junto a la Virgen Niña, se asoman cada año al balcón para ver la Encamisá y felicitarse mutuamente por la honra pública que se tributa al gran Misterio Inmaculado.

             Pero fíjense: Solo la Virgen, con mayúscula, es venerada de tantas formas, como facetas queremos ver en su cara; Virgen de Fátima, del Perpetuo Socorro, del Rosario, de los Dolores, del Carmen, la Milagrosa, del Amor Hermoso y de la Inmaculada Concepción.

             ¡¡VIVA LA INMACULADA CONCEPCIÓN!!

             ¡Este es Torrejoncillo!.

 Y solo un pueblo que puede vivir en la cúspide del corazón, a la luz de un farol en noche cerrada, símbolo de su fe, puede acallar con el tronar de sus salvas los ronquidos de filosofías y concepciones del hombre que desean hacerlo animal de carga.      

             ¡Monta sobre tu caballo!. Y piensa que no es sobre inocente animal. Piensa que estás sobre el mundo, agarradas fuertes las riendas, antes de que él te  manipule  como a una marioneta.

             ¡Tremola, tú, Portaestandarte   el Estandarte!. Y preséntalo con amor, que, la que presentas, es llamada “Bienaventurada entre todas las generaciones”

             Paisanos y amigos. La llamada “nueva cultura”, estad seguros, no podrá, pro ser precisamente “nueva”, con la fe que acompañó al hombre desde el principio del mundo. Por eso, yo quisiera en esta noche recordar a ese hombre torrejoncillano que también se nos muestra en su cualidad particular  como “encamisao”, que él representa ante la “nueva cultura” la cúspide popular de su acercamiento a Dios y el testimonio de lo que siempre `portó la humanidad: Ansias de lo infinito y de la explicación más racional y armoniosa de todo lo existente.

             Por eso he dicho antes: “Piensa que estás sobre el mundo”. Él te contempla con curiosidad, precisamente por no entender tu experiencia íntima.

             Otros, distintos, los que nombran por “descamisados”, desheredados más de la riqueza espiritual que de la material, ven en ti una esperanza que la sociedad manipuladora no les supo ofrecer.

             Yo, hasta me atrevería a decir que en ti, se concentran las esencias más puras de una sana filosofía que, no solo da sentido a una vida sino también a la misma muerte.

             Y esto, que te parecerá tan trivial, fue precisamente lo que atormentó a muchos hombres que no encontraron el equilibrio intelectual que tú con tanta naturalidad posees y muestras.

             Porque, la fe, siempre, incluso entre los que no conocieron a Cristo, dio orientación a su filosofía. Por ello, si la filosofía griega tiene un sentido humano es porque estuvo orientada hacia lo divino, aunque para ellos, lo divino, fuera lo desconocido. 

            ¡¡Cuando cabalgues por las calles,  piensa que llevas sobre la grupa de tu corazón un elemento sobrenatural que te mantiene cierto;       pero también otros dos elementos humanos, tu entendimiento y tu voluntad  que son los que te aseguran de tu razonabilidad y libertad ¡!.,  

            ¡Y cuando abraces, entre las riendas y el farol a tu hijo pequeño, recuerda aquel hábito de la fe  que recibió en el Bautismo u aunque no explícitamente, fuiste tú, tal vez, el que lo explicitó como persona consciente!. ¡Esta es la oportunidad que le ofreces a tu hijo en un día de la Encamisá: Explicitar consciente y voluntariamente su fe, mirando al estandarte de María Inmaculada !.  

            Tal experiencia no es evidencia de lo sobrenatural  en el sentido estrictamente científico..pero la  esperanza que le acompaña ha de ser mantenida por tu cuidado hasta coronar un día la visión beatífica. O, tal vez, esa fe que desaparecerá entonces, se acreciente aún más en esta vida, si por la gracia de Dios tu hijo fuera llamado a experiencias místicas, cuya claridad intelectual, hace desaparecer toda duda.

             ¡Señores, cierto que se puede hacer literatura y filosofía de la Encamisá: Porque son dos formas de reflexión sobre la vida!  Incluso se puede hacer teología: por el acto de   que lleva en su entraña.

             Al estar convencidos todos los torrejoncillanos sin excepción de que la verdad s siempre una y no admite partes, sino participaciones intelectuales  de ella, Hecho-Encamisá, al estar éste  sostenido sólo  por motivos de fe, no admite paliativos de interpretación caprichosa como se desprendería desde una actitud imaginativa o romántica de nuestra fiesta.

             ¡No está por este trabajo nuestro “encamisao”, desde lo alto de su montura, puestos sus ojos en la imagen de María que te muestra el Portaestandarte de esos obsequios intelectuales que te ofrece el mundo actual que, habiendo perdido la brújula de sus actos ya no sabe si el amor es un sucedáneo de la pornografía o si los derechos humanos son invento de los curas o si progreso y muerte del inocente es lo mismo!

              Marcha alegre y seguro sobre tu corcel que, ya hace siglos, en el Nuevo Mundo, tomaron por “dioses”  a quienes desembarcaron en aquellas tierras americanas. Pero con la diferencia, en esta ocasión, de que quien cabalga y honra de esta forma, con un viva en los labios, sabe muy bien dónde está Dios, quién es Él y quién es su Madre.

             Dicho esto, paisanos y amigos, más pareciera conferencia fría que Pregón de fuego y entusiasmo lo que yo consiguiera con mi atrevida intervención, si no modificara los modos y formas de expresión, aunque sea sacrificando nombres y referencias históricas que siempre resultan repetitivas. 

            Por ello, permitidme que, apoyado exclusivamente en la esperanza que hay en vuestros corazones me eleve a una altura que sólo desde ella, al menos para mí, es posible entender este emotivo acto. 

            La Encamisá, para mí, es un momento de Cielo en la Tierra. En un pueblo que se puede permitir el lujo de rechazar desde su seguridad y verdad de adhesión,  más fuerte que la de origen intelectivo, tantos concepciones absolutistas de facetas tan solo de la verdad o aspectos de la realidad, como si la parte que nos ofrecen fuera el todo que ya poseemos y asumimos.           

            Permitidme, amigos, que os asegure desde este momento, que la Encamisá se celebrará hasta el fin del mundo. Pues si Cristo estará con nosotros “hasta la consumación de los siglos”, según su promesa, allí estará María, su Madre, y allí estará aunque solo sea un torrejoncillano, que si coincidiera el fin del mundo en un 7 de Diciembre, sacará el estandarte a las diez en punto, de nuestra Iglesia Parroquial y empuñándolo con las dos manos dará vivas a María rompiendo los tímpanos del anticristo, ya derrotado y maltrecho.

             ¡¡VIVA MARÍA SANTÍSIMA!! 

            Permitidme ir por este camino de expresión literaria, y acompañaros incluso hasta la resurrección de los muertos.

             ¡Porque Torrejoncillo, también resucitará!.

             Todos nosotros, tras del bendito Estandarte,  nos dirigiremos al lugar donde se celebrará el Juicio Final. 

            Juntos, allí, mientras el Juez de vivos y muertos, Cristo, vaya sentenciando públicamente  a cada uno, a cada nación, a cada pueblo, los torrejoncillanos mirarán el al Estandarte de su Pura¸ viendo en él, la  esperanza cumplida que un día hizo posible la fiesta en su honor que, durante décadas, sin interrupción, se celebró en este nuestro querido pueblo sin importarnos otra cosa que el honrarla y vitorearla con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestros corazones.

             Van desgranándose, cayendo lentamente una tras otra, las palabras de Cristo:  “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber..” y así irá justificando el  Cordero Inmaculado,  el Hijo de María Inmaculada, el premio que tiene reservado desde la eternidad para aquellos que le amaron y sirvieron en sus hermanos los hombres.

             Nuestro Estandarte se alzará y querrá ser notado entre alguna añorada pancarta, como si aquel último juicio fuera “manifestación” postrera a las puertas del Cielo o del infierno.

             Bajo el azul celeste del Estandarte, ¡mil veces vitoreado!,  los hijos de Torrejoncillo estarán tranquilos y seguros. Cada vez que Cristo lo mira, estrella su mirada en la faz inmaculada de su Madre. Y Ella, que fue “casa de oro” en la tierra peregrinante, es ahora refugio y pasaporte para la eternidad. 

            ¡Álzanse voces de protestas ante aquel pueblo privilegiado!

¡Miradas llenas de envidia nos contemplarán!

             ¡No!,-gritaremos-. ¡No dimos tratamiento turístico a un acto de fe!. Sino de manera indirecta atendiendo tan solo a los modos de expresarlo al exterior.

             ¡No fue pura idea humana nuestra Encamisá!. Porque su origen no estaba en la sensibilidad, sino en la aceptación de un hecho concreto, aunque misterioso, que recibimos por revelación.

             ¡¡No!! –gritaremos con más fuerza-, nuestra Encamisá no fue solo explosión de sentimientos,  sino un presupuesto intelectual interno

            ¡¡No!!, -diremos finalmente-, la Encamisá no fue cosa de necesidad físico-química,  sino proceder libre, eligiendo y amando los contenidos de nuestra fe, aceptada libremente.

             Algunos, se revolverán contra nuestra dicha, al verse perdidos, porque nunca tuvieron Encamisá.. Y en aquel desagraciado grupo se encontrarán los que concibieron la vida como náusea,  como camino hacia la nada,  como tragicismo sin salida, como voluntad desenfrenada,  como dominio tal solo del superhombre.

             Nosotros, permaneceremos seguros, alegres, con la miel de la felicidad eterna en nuestros labios.

             Contestaremos con viva a María, como razón suprema, como coronamiento de nuestro esfuerzo, como promesa segura de salvación.

             ¡¡No, y mil veces no!!,- gritaremos sin cansarnos. Nuestra Encamisá no fue tratamiento parcial de la realidad, sino trato amoroso de la Madre de un Dios donde se encontraba, y ahora lo comprobamos, la plenitud del ser.

             María Inmaculada nos calmará : “Estáis seguros conmigo, no temáis”.

             Pero la repugnante  serpiente del paraíso nos querrá amedrantar, aún destrozada su cabeza.

             Miramos entonces a nuestros Santos Protectores, a los que todos conocemos. Y será San Pedro Apóstol, el de la Romería, quien pisará con su sandalia de pescador la cabeza sanguinolenta del demonio y, con aquella autoridad con que gobernó su Iglesia y la de sus sucesores, le responderá con socarrona ironía: “Éstos, los que ves, repugnante bestia, no fueron contra corriente: Se constituyeron ellos mismos en corriente y, en sus venas corrió el amor de María Inmaculada, Madre de la Iglesia”.

             Otro ángel caído querrá hacernos daño y nos acusará.

             Pero saldrá a nuestro encuentro San Saturnino, obispo y pastor, y, encarándose con él le dirá en su cara: “Este pueblo sintió profundamente, alegremente, y aceptó el legado de sus padres con júbilo e ilusión sin considerarlo carga ni rémora de la Historia”. 

            San Antonio de Padua está al acecho. Con su cara de bonachón pero con la garra elocuente de un taumaturgo añadirá: “Sepas que Torrejoncillo no asistió a la Encamisá como a espectáculo público, sino como protagonista principal, junto a María Santísima. Sin histerismo, sino con fervor. No pasivamente, sino de manera activa en todos los niveles y jerarquías naturales. Sepas que, por lo mismo que yo prediqué a los peces de un río por no encontrar quien me escuchara y los peces me escucharon milagrosamente, en Torrejoncillo, donde tuve casa propia, hasta los mismos caballos intervinieron como criaturas de Dios” 

            El anticristo, que tendrá los tímpanos rotos por los vivas del último torrejoncillano, se acercará sonriente como si tuviera la última razón que nos avergonzará entre los demás pueblos. “Estos, -nos dirá-, fueron insolidarios ente ellos mismos, independiente de una Iglesia a la que decían servir”.

             Pero no temáis. Allí estará San Albín,  bajito, paciente y siempre atento. “¿Estos, -le dirá al anticristo-, consiguieron en su Encamisá tal solidaridad  que allí no había paisanaje, sino fraternidad; saldaron rencillas personales y todos tuvieron un mismo corazón. Y, en cuanto a mi persona, te puedo decir, bestia salvaje, que, en sus casa vivo por amor a la Iglesia que ellos sirven”. 

            Parece que todo se aclarará, mientras San Sebastián nos contempla desde lejos, frotándose las manos ante un misterioso fuego, símbolo de la fe de Torrejoncillo y que nosotros encendimos cada año en su honor.

             Se acercará a nosotros que permanecemos bajo el azul Estandarte de la Pura. Nos anunciará que aquello terminará pronto. Que la victoria está cercana. 

            Agradecemos su presencia. Un militar aguerrido, bienaventurado, aún en el Juicio Final da seguridad de orden. Y un Santo, como él, dos veces asaeteado, más aún. 

            Alza la voz ante todos los millones de juzgados y, apuntando con su espada romana hacia el Cielo, dice en lengua que entienden todos: “Este pueblo, cuya Encamisá pasó muchos años junto a mi ermita, es digno de ser alabado y respetado. Porque no hubo contradicción interna en su comportamiento, sino coherencia fuerte y acendrada de su fe”.

             Todos respiraremos hondo recordando lo mejor de nuestras vidas. Porque la Encamisá fue para nosotros, un caminar “desde la serenidad de la razón hasta los umbrales mismos de la dulzura de la contemplación”.

             Se ha pronunciado la sentencia. Millones de hombres y mujeres, con sus nuevos cuerpos estrenados, refulgentes de luz celestial, van tras del Cordero Inmaculado, de María Inmaculada, abiertas de par en par las puertas donde todo es felicidad, donde los amigos son siempre amigos, donde la justicia es equidad y donde serán saciadas todas las ansias nobles y deseos cordiales de quienes se dieron cuenta a tiempo de esta posibilidad. 

            Primero entra Cristo. Cede después el paso a su Madre. Los Apóstoles que acaban de juzgar a las doce tribus de Israel, pasan tras San José, Patrono Universal que fue de la Iglesia, esposo amantísimo de María, y precedidos por San Pedro, Primer Papa de una Iglesia cuya opción preferencial fueron siempre los pobres.

             La presencia del Apóstol nos da ánimo. Le saludamos con la mano. Nos responde con la suya y conoce de entre los de nuestro pueblo a quienes le honraron anualmente, también sobre sus monturas, erguidos los cuerpos y el corazón derretido de ternura.

             Ya vamos conociéndonos mutuamente, mejor que antes y, nos hacemos señas, dejando para más adelante el darnos un abrazo eterno.

             Las madres son las más inquietas, caminan más deprisa que ninguno. Quieren llegar al Cielo para ver al marido que le antecedió en la muerte y abrazar a ese hijo que se le fue en accidente o en guerra siempre injusta.

             ¡Para conocer a sus descendientes que son cientos, multiplicados en el tiempo y en la Historia!

             Nuestro Estandarte va siempre delante. Tremolado por multitud de mayordomos que lo empuñaron un día. Aupado por los suspiros de cientos de alcaldes, de sacerdotes, de obispos y olor de rosas. Esas que sus hijas depositaban sobre su manto de plata. 

            Una luz cegadora inundará nuestra alma. Nos conocemos todos la cara. Los corazones saltan de nuestros pechos.

             ¡Como cuando saltaban un día al salir el Estandarte de la Iglesia Parroquial!

            ¡Como cuando lo despedíamos!.

            ¡Como tras de la procesión del día de la Pura por la tarde!.

             Aquello es el delirio. Solo los latidos de nuestro corazón, es la música triunfal de un pueblo que entra en la Gloria.           

El estandarte se pierde ante nuestra vista, no con un “hasta otro año”, a la puerta de nuestra iglesia, sino con una invitación interior a que reconozcamos a la que él simbolizaba, a María Inmaculada.

 Por eso, al trasponer las puertas del Cielo, sólo María Inmaculada  predomina sobre los símbolos y figuras de todas clases y de todos los tiempos, aprendidas en las Sagradas Escrituras.

             Ya dejamos a nuestras espaldas como una nube negra en remolino, y, sobre ella, algún recuerdo del mundo que desaparece a lo lejos.

             No se amedranta ya nuestro corazón,. No se entristece ya nuestra alma. Ni siquiera nos inquieta la mirada de Dios, por misericordioso. Que por misericordia es justo; por justo, amoroso; por tierno fuerte y por omnipotente Padre.

             Los Ángeles han flanqueado nuestra entrada. Es estancia perfumada. Y María, Reina de los Mártires, la conforta.

 Sus cimientos son de virtud, sus muros de regocijo y sorpresa. Techo no tiene y, sobre nuestras cabezas tan altas, el Corazón Inmaculado de María que allá arriba se hunde, sin fondo, admirada, querida, avasallada y besada.

                        Conocemos a más personajes: A San Isidro y a su esposa Santa María de la Cabeza que agasajan  a los labradores y a los casados. A nuestros padres del alma. Que permanecieron juntos, en enfermedad o pobreza, pero en amor fiel hasta la muerte. 

            María, tierna y siempre Madre nos dirige unas palabras: “Venid a mi vera, junto a mi manto de plata”.  

            Torrejoncillo se apiña. Respira por un solo pulmón. Ama por un solo corazón. Espera lo desconocido que aún en el Cielo es lo más bello, porque, el corazón de Dios es infinito y siempre hay tras de Él, algo admirable como su amor sin fronteras. 

            Y allí estaban todos, glorificados, resplandecientes. 

            “Ya pasó todo, -nos volvió a animar María-, como “una Mala noche en una mala posada”.

            Y el Estandarte estaba brete a nosotros. Entre dos faroles que no se apagarían jamás. Junto a dos sábanas  blancas, símbolos de nuestra nueva vida, pura y sin mancha.           

            Curioseándolas estaba San Pedro de Alcántara,  de maltrecho cuerpo pero con sus llagas cicatrizadas y condecoradas. 

            Más allá un  grupo de Ángeles comentaban: “Estos son los de Torrejoncillo, los de la Encamisá, los que tendrán el privilegio eterno de cantar siempre el nombre de Nuestra Madre Inmaculada”. 

            Vimos entonces a aparecer ante nuestros ojos, todas las generaciones de torrejoncillanos: Y desfilaron ante nuestra vista, todos los “encamisaos” de la Historia. Y conocimos no sólo a nuestros abuelos, sino a todos sus ascendientes y descendientes, iluminadas sus bocas, por tantos vivas que por ellas dieron a su Patrona.           

            Y el 92 apareció lejano, como lejanos siempre estuvieron los que por buscar fortuna sacrificaron hogar y cariño de los suyos. 

            Y conocimos a todos los Paladines, a los Mayordomos y a todas las que ofrecieron rosas, a las que siempre, en la Iglesia, cantaban coplas. 

Y vimos a cientos de ancianos que residieron en nuestro pueblo, atendidos por seglares y Esposas de Cristo, revestidos de gloria. 

A tantos Sacerdotes, Catequistas, Adoradores Nocturnos, Terciarios Franciscanos, Cursillistas de Cristiandad, Miembros de las Conferencias de San Vicente de Paul, Asociadas del Corazón e Jesús,  Milagrosa y Dolorosa, a los Hermanos del Señor.           

Queridos amigos ¿veis cómo nuestra Encamisá puede ser cantada de muchas maneras?.           

Por eso, dije al principio, dirigiéndome al jinete encamisao “piensa que estás sobre el mundo, agarradas fuertes las riendas, antes de que él te manipule como a una marioneta”. 

            Ahora te digo: “Hunde tus espuelas en la panza del mundo para que despierte de la modorra que le agarrota e inmoviliza, mientras caminamos hacia la auténtica felicidad” 

            ¡Despierta Torrejoncillo, de tu dormitar complacido. Valora lo que tienes. Tienes fe e ilusión de vivir. Organízate a la luz de esa fe. Y piensa que la razón no es esclava de ella, sino su doncella!.           

            Estamos en la noche del 5 de Diciembre de 1992. En un marco cultural que nos acoge. Es por ello que no puedo pasar por alto esta circunstancia que facilita nuestro encuentro, recordando aquel pensamiento de Eugenio D´Ors que esta noche se hace más comprensible: “Entre el reino del Cesar y el reino de Dios, hay un tercer reino, el de la Cultura”.

¡Esta noche Religión y Cultura se han unido en un mismo diálogo guardando cada una su propia identidad.! 

¡La Encamisá lo ha hecho posible! Y “ese trozo de Cielo” es el que llenará de vida mariana a este pueblo en su empeño en acercarse cada vez más a la que es nuestra Patrona: Luz para el caminante, fuerza para el que trabaja de una manera u otra, orientación para cada iniciativa surgida. 

Hónrate Torrejoncillo de tener hombres cultos en la fe y en el amor. De ello sabéis más que nadie. Y esa es la raíz de tu progreso. 

Por encima de ideologías, siempre respetables, tú no olvidas que hay otros niveles más perfectos y más altos de decisión y de ser. 

Solo con este talante que acoge a todos, sin excluir a nadie, es  posible, que...           

-desde la responsabilidad pastoral,

-desde la civil..

-desde la sabiduría adquirida del anciano..

-desde la cátedra de dolor del enfermo..

-desde la labor callada de los maestros que moldean la almas de los futuros encamisaos..

            -desde la soledad afectiva del hombre o mujer..

-desde la inquietud de los jóvenes ante un futuro incierto..

            -desde el amor desinteresado de las Esposas de Cristo.

            -desde el caminar penitente de tantos fieles  que a partir de las 12 de la noche del día anterior, empuñan sus rosarios y descalzan sus pies..

            -desde la lejanía de aquel que se hace presente en nuestra Encamisá mediante el teléfono, lanzando un fuerte viva a la Inmaculada, cuando pasa por su puerta el Estandarte,  VIVA no ahogado por el tronar de las escopetas, sino por las lágrimas que anudan su garganta.. 

            Solo desde eso tan concreto y querido,  podemos esperar, ciertamente, que Torrejoncillo se coronado un día como comunidad humana, como Iglesia peregrinante, ante todos los Bienaventurados del Cielo, con aquellas palabras tan ansiadas: 

                        ¡PUEBLO MÍO, HE AHÍ A TU MADRE!                       

                        ¡Viva María Santísima!.                    

                        ¡Viva la Patrona de Torrejoncillo!. 

                        ¡Viva María Inmaculada!.